
02 Jun ¿Qué hacer o decir cuando a un niño no le va bien en un examen?
Una mala nota no siempre es solo un número. A veces, detrás de una hoja marcada con tinta roja, hay un niño que intenta no llorar al entregártela. Hay miedo, hay vergüenza, hay un montón de preguntas internas que no sabe cómo nombrar: “¿Ya no soy inteligente?”, “¿Qué van a pensar de mí?”, “¿Se van a enojar?” Para muchos adultos, no ir bien en un examen es parte del proceso escolar, casi un rito de paso. Pero para los niños, especialmente los que ya se sienten inseguros o están atravesando un momento difícil, puede convertirse en una experiencia profundamente emocional. Y es justo en ese momento cuando muchos padres se preguntan, con razón, qué hacer o decir cuando a un niño no le va bien en un examen.
Desde la práctica clínica, he visto cómo estos episodios, cuando no se abordan con cuidado, pueden tener un impacto mayor del que parece. Y también cómo, con el acompañamiento adecuado, pueden transformarse en oportunidades valiosas para fortalecer el vínculo, validar emociones y favorecer el desarrollo emocional del niño. No se trata solo de revisar una nota, sino de acompañar lo que esa nota despierta por dentro. Muchas veces, una calificación baja no afecta solo al niño: también sacude a toda la familia. Puede generar tensiones que se extienden por horas, días o incluso semanas. El malestar se instala, a veces en silencio, y se siente en el ambiente, en los gestos, en la forma en que se conversa o se deja de conversar en casa.
No todas las bajas calificaciones se explican por falta de estudio
Cuando un niño recibe una mala nota, la reacción inmediata suele ser atribuirlo a la falta de estudio, de atención o de interés. Es una conclusión comprensible, pero incompleta.
Muchos niños estudian, repasan con alguien en casa, memorizan contenido y, sin embargo, al momento del examen no logran demostrar lo que saben.
No ir bien, no siempre tiene que ver con flojera. A veces es ansiedad. En otras ocasiones, una estrategia de estudio que no funcionó. También puede deberse a que no comprendió bien el tipo de preguntas, se quedó sin tiempo o no supo cómo revisar sus respuestas.
Es posible que haya repasado lo incorrecto, que entendiera el tema, pero no supiera cómo expresarlo por escrito, o que simplemente estuviera distraído por algo que no dijo.
Detrás de una mala nota, casi nunca hay una sola causa. Y muchas veces, lo que falla no es el conocimiento, sino las condiciones para ponerlo en práctica.
Por eso, más que corregir desde la suposición, necesitamos mirar con atención lo que esa nota no dice a simple vista.
Lo que decimos deja huella
Muchos niños no recuerdan qué nota sacaron, pero sí recuerdan lo que sus padres dijeron: “Te dije que estudiarás más”, “Esto era fácil”, “No entiendo cómo pudiste olvidar todo.”
Son frases que se dicen rápido, desde el impulso, y que muchas veces se clavan más que la nota misma.
En esos momentos, lo que más ayuda no es corregir con juicio, sino acompañar con curiosidad. Cambiar el reproche por preguntas que abren la puerta a la reflexión:
– “Parecías preparado. ¿Qué crees que fue diferente en el examen?”
– “¿Qué parte te costó más?”
– “¿Cómo podríamos hacerlo diferente para la próxima vez?”
Estas preguntas no niegan el problema, pero lo abren. Transforman la experiencia en algo que se puede revisar, en lugar de vivirla como un castigo.
Cuando una mala nota se convierte en una oportunidad
Una nota baja no debe ignorarse, pero tampoco convertirse en un drama. Entre hacer como si no pasó nada y reaccionar con enojo o castigo, existe un punto medio: acompañar desde la comprensión.
Cuando un niño no obtiene el resultado que esperaba, lo más importante no es solo corregir lo que hizo mal, sino ayudarle a entender qué puede hacer diferente la próxima vez. A veces necesita mejorar su forma de estudiar. A veces requiere más tiempo, más ejemplos, o una explicación más clara. Y otras veces, simplemente necesita saber que una mala nota no lo define.
Muchos niños, después de un mal resultado, comienzan a pensar que no sirven, que no son inteligentes o que han decepcionado a sus padres. Por eso, lo que decimos —y cómo lo decimos— en esos momentos es clave.
Pedirle al niño que piense en lo que pasó, sin hacerlo sentir culpable, le ayuda a aprender algo más valioso que la materia del examen: que equivocarse también forma parte del proceso de aprender. Que puede cometer errores y volver a intentarlo. Que puede mejorar. Y, sobre todo, que no está solo.
Una mala nota puede doler, claro que sí. Pero también puede convertirse en una oportunidad para hablar, revisar, buscar nuevas estrategias y fortalecer la relación entre padres e hijos. Porque educar no es solo celebrar los logros, sino estar presentes también cuando algo no sale como esperaban.
¿Qué podemos hacer cuando a un niño no le va bien en un examen?
Escuchar antes de corregir
En lugar de apresurarnos a señalar lo que hizo mal, escuchemos. Con atención. Con calma. A veces, solo el hecho de sentirse escuchado —sin interrupciones, sin juicio— ya es suficiente para aliviar parte de la angustia.
Reconocer el esfuerzo, no solo el resultado
Si tu hijo estudió, se preparó y aun así no le fue bien, lo más probable es que ya esté frustrado. Que un adulto reconozca ese esfuerzo, aunque el resultado no haya sido el esperado, puede tener un efecto reparador. Un “sé que te esforzaste” vale más que una corrección automática.
Preguntar con curiosidad, no desde el juicio
Evitemos preguntas que suenan a reproche, como “¿por qué te fue mal?” o “¿qué hiciste mal esta vez?”. En su lugar, probemos con preguntas que inviten a la reflexión:
– “¿Qué parte te resultó más difícil?”
– “¿Crees que te alcanzó el tiempo?”
– “¿Hubo algo que te bloqueó o te distrajo?”
Revisar juntos lo ocurrido, sin convertirlo en castigo
No se trata de buscar culpables, sino de pensar juntos qué puede cambiarse para la próxima vez:
– ¿Qué podría hacer diferente?
– ¿Hay otra forma de estudiar que le sirva mejor?
– ¿Qué apoyo necesita de nosotros o de la escuela?
Separar el rendimiento de su identidad
Una mala nota no define quién es. No lo convierte en un mal estudiante, ni mucho menos en una mala persona. Nuestros hijos necesitan escucharlo con claridad: su valor no está puesto en los resultados, sino en quiénes son y en el proceso que están construyendo.
Y, sobre todo, estar ahí
No siempre tendremos la respuesta perfecta, ni la reacción ideal. Pero sí podemos estar presentes. A veces, sentarse a su lado, preguntar cómo se siente, o simplemente no retirarse enojados, también es una forma de acompañar. Porque incluso cuando no sabemos qué decir, nuestra presencia enseña.
Lo que queda después de la nota
Con el tiempo, la mayoría de las personas olvida qué examen reprobó o qué tema no entendía bien. Lo que no se olvida tan fácilmente es cómo se sintieron ese día: si se sintieron solos, si alguien los escuchó, si fueron juzgados o comprendidos. Acompañar a un niño después de una mala nota no significa evitar que asuma responsabilidad, ni hacer de cuenta que no pasó nada. Significa ayudarlo a convertir esa experiencia en algo útil: en una oportunidad para entender qué puede hacer diferente, en un momento donde pueda hablar de lo que siente sin miedo. También es una forma de recordarle que su valor no depende de una calificación, y que incluso cuando algo no sale como esperaba, sigue teniendo un lugar donde sentirse seguro. Porque una nota puede decir muchas cosas, pero no lo dice todo. Lo que realmente queda, lo que construye a un niño a lo largo del tiempo, es la forma en que fue acompañado cuando más lo necesitaba.
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Dimas E. Villarreal P.
⚡️Psicólogo Clínico de niños y adolescentes/ Terapeuta
🖍Psicopedagogo
🤖Terapia de Juego
#HoyfuialPsicologo