
19 May Obesidad infantil más allá del cuerpo
La obesidad infantil no es solo una cuestión de peso corporal; compromete profundamente el bienestar emocional, la autoestima y la salud integral de los niños. En los últimos años, este problema ha ido en aumento, convirtiéndose en una preocupación creciente tanto a nivel familiar como social. Cada vez más niños presentan sobrepeso a edades tempranas, lo cual afecta no solo su desarrollo físico, sino también su estabilidad emocional.
Comer en exceso, en muchos casos, no responde únicamente al hambre, sino que se convierte en una forma de enfrentar emociones como el estrés, la tristeza o incluso el aburrimiento. Esto se debe a que, culturalmente, hemos asociado el acto de comer con bienestar y consuelo emocional. Desde los primeros años de vida, la alimentación no solo es una necesidad biológica, sino también una experiencia afectiva: alimentarse implica contacto, cuidado y vínculo. Con el tiempo, esta conexión emocional se refuerza en celebraciones, premios y rutinas familiares, haciendo que la comida adquiera un valor simbólico que va más allá de lo nutricional.
Aquí es donde el entorno familiar, especialmente el rol de los padres, adquiere un peso fundamental. Sin proponérselo, muchas dinámicas cotidianas pueden reforzar hábitos poco saludables, como la comida emocional, el sedentarismo o la falta de límites en horarios y porciones. Comprender estos vínculos nos permite intervenir de manera más empática, evitando la culpa y promoviendo cambios sostenibles desde el hogar.
Antes de entrar en lo psicológico
Cuando hablamos de obesidad infantil, es importante reconocer que no todo se explica por lo emocional.
Antes de enfocarnos en los aspectos psicológicos y familiares, hay que revisar también factores físicos que pueden influir en el aumento de peso, como por ejemplo:
- El sueño: Dormir poco puede afectar las hormonas del apetito, haciendo que el niño sienta más hambre o desee alimentos menos saludables.
- El movimiento: El sedentarismo reduce el gasto energético y también puede aumentar la ansiedad.
- La sensación de saciedad: Algunos niños no identifican cuándo están llenos, lo que los lleva a comer de más.
- Condiciones médicas o medicamentos: En algunos casos, estos pueden interferir con el metabolismo o el control del apetito.
Estos elementos deben ser evaluados, preferiblemente con el apoyo de profesionales de la salud. Una vez descartadas o comprendidas estas causas físicas, podemos mirar más de cerca lo emocional y lo familiar, que también juegan un papel fundamental.
La familia como entorno de modelado
La obesidad infantil es el resultado de una interacción compleja entre factores genéticos, ambientales y de estilo de vida. Uno de los entornos más influyentes es, sin duda, el familiar.
La evidencia muestra que si ambos padres son obesos, el riesgo de obesidad en los hijos puede alcanzar entre el 69% y el 80%; si solo uno lo es, el riesgo disminuye al 41–50%; y si ninguno lo es, el riesgo baja al 9% (Klünder-Klünder et al., 2011). Esta relación refuerza la importancia del entorno familiar no solo como modelo de comportamiento, sino también como influencia genética y emocional.
No obstante, también existen datos alentadores. Si ambos padres son físicamente activos, la probabilidad de que el niño mantenga un nivel adecuado de actividad física se multiplica por 5.8. Esto sugiere que el cambio sostenible no se logra únicamente interviniendo sobre el niño, sino modificando vínculos, rutinas y significados compartidos en el hogar.
Además de los riesgos físicos (como diabetes, enfermedades cardiovasculares e hipertensión), la obesidad en la infancia también está asociada con dificultades emocionales como depresión, baja autoestima y discriminación social. Por ello, intervenir desde la familia implica comprender el impacto integral del entorno y actuar desde una mirada conjunta y comprometida.
Factores emocionales y familiares que influyen en la obesidad infantil
- Comer para calmar emociones: Algunos niños comen no porque tengan hambre, sino como una manera de calmar lo que sienten: tristeza, frustración, enojo o aburrimiento. La comida se convierte en un consuelo temporal que puede convertirse en una costumbre difícil de romper.
- Baja autoestima: Cuando un niño no se siente bien consigo mismo, es más difícil que se cuide y elija opciones saludables. La autoestima juega un papel clave en cómo los niños se relacionan con su cuerpo y con la comida.
- Hábitos familiares: Los niños aprenden de lo que ven en casa. Comer frente al televisor, no tener horarios fijos para las comidas o llevar una vida sedentaria son prácticas que muchas veces se establecen sin intención, pero que tienen un impacto directo en su salud.
- Ansiedad y tristeza: Los niños con sobrepeso pueden enfrentar burlas, sentirse excluidos o experimentar tristeza. Estas emociones los pueden llevar a aislarse o a comer más como una forma de lidiar con el malestar.
¿Cómo pueden ayudar los padres?
- Escuchar y observar: Más allá de lo que el niño come, es importante entender por qué lo hace. ¿Está triste? ¿Se siente solo? Prestar atención a sus emociones es tan importante como cuidar su alimentación.
- Evitar la crítica: Frases como “deja de comer” o “así no vas a bajar de peso” pueden causar daño emocional. En lugar de corregir con enojo o vergüenza, es más útil hablar con amor y comprensión.
- Buscar apoyo profesional: Un psicólogo infantil puede ser de gran ayuda para que el niño aprenda a manejar lo que siente y encuentre maneras saludables de enfrentar sus emociones.
- Crear rutinas saludables en familia: No se trata de poner al niño a dieta, sino de hacer cambios como familia. Comer mejor, moverse más y tener espacios para hablar puede mejorar no solo la salud física, sino también la conexión emocional entre todos.
Estrategias familiares clave inspiradas en “Niñ@s en movimiento”
- Crear un momento familiar en torno a la comida: Las comidas son más que momentos de alimentación: son oportunidades para vincularnos y enseñar con el ejemplo. Comer en familia, sin pantallas, permite que el niño preste atención a sus señales de hambre y saciedad, y que asocie la alimentación con un espacio seguro. Una conversación tranquila en la mesa puede ser tan nutritiva como el plato servido.
- Promover el movimiento cotidiano como parte del juego: El ejercicio no debe sentirse como castigo. El programa promueve que moverse sea algo cotidiano y disfrutable: caminar juntos, bailar en casa, jugar al aire libre. Si el movimiento se asocia al placer y al vínculo familiar, es más probable que se sostenga en el tiempo.
- Hablar del cuerpo sin críticas ni comparaciones: La imagen corporal se construye desde la infancia y los comentarios familiares tienen un gran impacto. Se recomienda evitar juicios sobre el cuerpo propio o el de otros, y en su lugar hablar sobre lo que el cuerpo puede hacer, cómo se siente y cómo cuidarlo con respeto.
- Evitar usar la comida como premio o castigo: Una estrategia esencial del programa es romper la asociación entre conducta y alimentación. Usar dulces como recompensa o restringir comida como castigo enseña que la comida tiene un valor moral. En su lugar, se promueve validar emociones, establecer límites con respeto y reforzar con tiempo compartido o elogios verbales.
- Acompañar sin presionar: el cambio es gradual: Las transformaciones sostenibles no ocurren de un día para otro. Es importante que los padres mantengan una actitud de apoyo y paciencia. Aplaudir los pequeños avances, aunque parezcan mínimos, ayuda a construir confianza. El objetivo no es la perfección, sino el bienestar.
Elementos claves de la intervención familiar
- Cambio conjunto: Las modificaciones en la alimentación y el movimiento deben ser vividas como una transición familiar, no como una imposición sobre el niño. Comer sin pantallas, cocinar juntos y disfrutar de actividades al aire libre puede generar adherencia desde el vínculo.
- Regulación emocional: Muchos niños comen para aliviar emociones difíciles. Enseñarles a nombrar lo que sienten, buscar estrategias de afrontamiento distintas a la comida y validar sus emociones es parte de la intervención.
- Psicoeducación en casa: Hablar de porciones, compras conscientes, horarios, sueño y calidad de alimentos es clave. Incluir a los niños en estas conversaciones, de manera adaptada a su edad, los hace parte activa del proceso.
- Modelos y refuerzos: Los niños imitan. Si ven a sus cuidadores disfrutar de moverse, probar alimentos nuevos o hablar del cuerpo sin críticas, integran estos aprendizajes con mayor facilidad.
- Apoyo y compromiso: La familia debe sostener el proceso a corto, mediano y largo plazo. El acompañamiento no se limita a la comida, sino también a la autoestima, la comunicación y la resolución de conflictos.
La obesidad infantil no puede abordarse de forma aislada ni culpabilizando al niño. Es en la familia donde se construyen los hábitos y donde se puede generar el cambio. Las intervenciones familiares no buscan controlar el cuerpo del niño, sino acompañar el desarrollo de una relación saludable con la comida, el movimiento, las emociones y el cuerpo. El verdadero motor de cambio está en casa.
La obesidad infantil no es un fallo de crianza ni se resuelve con fuerza de voluntad. Es un tema complejo donde influyen biología, emociones, historia familiar, entorno y sociedad. No estás solo(a): acompañar a tu hijo empieza con comprenderlo sin juicio.
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Dimas E. Villarreal P.
⚡️Psicólogo Clínico de niños y adolescentes/ Terapeuta
🖍Psicopedagogo
🤖Terapia de Juego
#HoyfuialPsicologo